NECROLOGÍA - ANTONIO GAUDÍ

“Requerido para redactar la nota necrológica de quien fuera en vida eminente compañero y maestro, don Antonio Gaudí, aun reconociendo mi insuficiencia, no puedo dejar de cumplir el encargo, esperando que otros con más autoridad hagan el estudio crítico de la relevante personalidad del gran arquitecto que un banal accidente hizo desaparecer del mundo de los vivos. Había nacido, don Antonio Gaudí en Reus el año 1852. Allí hizo sus primeros estudios hasta el grado de bachiller, trasladándose después a Barcelona para cursar la carrera en la recién nacida Escuela de Arquitectura, habiendo comenzado a trabajar muy pronto a fin de ayudarse en el mantenimiento y estudios, ya que su familia era de humilde posición.

Desde muy joven dio pruebas de las excepcionales cualidades con que Dios lo había dotado, pues ya en sus años de estudiante, se reveló la facultad que lo caracterizó toda su larga vida; me refiero a la intuición que tuvo de las cosas, es decir aquella especial visión interna que hacía que estas se le mostraran por ellas mismas, sin necesidad de largos estudios, ni hondas meditaciones.

A causa de esta rápida visión que tuvo siempre de todas las cuestiones, fue un mal estudiante, en el sentido de la disciplina escolar, pues para él era un tormento tener que sujetarse a las explicaciones y demostraciones de lo que ya había visto al enunciar el profesor la cuestión de la se iba a tratar. Por esto desertaba frecuentemente de las aulas, aunque si dejaba de asistir a clase, no dejaba de estudiar y, especialmente, de mirar los libros que empezaban a nutrir la incipiente biblioteca en formación de la Escuela.

Sabida es la manera como aprobó la Resistencia de Materia, valiéndole el incidente que le hizo ganar el aprobado, la estima y consideración del profesor de tal asignatura, don Juan Torras, ya que supo comprender la valía de aquel muchacho que, si bien no iba a clase, resolvía los problemas de mecánica de manera que anunciaba al gran constructor.

Con la contemplación de las reproducciones que de los monumentos antiguos había en los gruesos volúmenes del Canina1) y otras obras clásicas que constituyeron el primer fondo de aquella biblioteca, adquiría el preciso conocimiento que tuvo del arte griego y la admiración que hacia el mismo sintió siempre.

El sentido de plasticidad, que tenía innato y en grado superlativo, formó su educación artística, no con lecturas, sino con la contemplación directa de las reproducciones de los monumentos y obras de arte que nos han legado las generaciones pasadas. Y este conocimiento que tenía por visión, no era exclusivo de las obras de arte, sino también de las cuestiones científicas, así como los problemas de geometría o mecánica, que veía por intuición, de modo que determinaba la solución antes de ningún raciocinio, que realizaba siempre a posteriori, a modo de comprobación.

Esta rápida visión que tenía de las cosas y la luz poderosa con que su inteligencia aclaraba las cuestiones, hacían que la conversación con don Antonio fuese siempre una cosa admirable, puesto que cualquiera que fuese el tema, siempre tenía puntos de vista insospechados y sus frases saltaban como relámpagos iluminando la cuestión debatida.

Quiero citar una anécdota que revela esta visión intuitiva. Muchas podría citar pero esta se refiere a materia bien alejada de las artes plásticas, que de todas formas constituían su campo propio y denota al mismo tiempo el concepto que Gaudí tenía de la visión. Era en Mallorca, en la mesa del obispo Campins y se hablaba sobre la excelencia de los sentidos y alguien dijo: ”Según San Pablo, el oído es el sentido de la Fe”. Entonces, rápidamente don Antonio replicó: ”Si el sentido del oído es el de la Fe, el de la vista es superior, pues es el sentido de la gloria”, recibiendo esta afirmación la plena aprobación del señor obispo, que hasta entonces no había tomado parte en la conversación, diciendo: “Exacto”.

Esta facultad de visión de las soluciones, que como he dicho poseía en grado eminente el gran arquitecto, parece que hubiera de conducirle a ser un improvisador y en realidad era todo lo contrario, pues si bien las soluciones eran vistas inmediatamente, no eran aceptadas sin someterlas antes a un largo proceso de afinación mejorando la proposición inicialmente intuida. La gran cantidad de trabajo empleada en cada una de sus obras, hizo que estas no fueran excesivamente abundantes, ganando en intensidad lo que perdían en extensión.

La obra de Gaudí sigue una trayectoria recta y ascendente, sin desviaciones ni oscilaciones, razón por la cual no se puede hablar de un estilo Gaudí, pues el estilo, tal como ordinariamente se entiende, implica siempre un cierto amaneramiento y este no se halla, ni de lejos, en la obra constantemente evolucionada de don Antonio; lo que hay, y bien acusada en cada una de sus obras, es la relevante personalidad del maestro, es su particularísima visión del problema y la justa solución del mismo, en todos los complejos aspectos que presenta siempre la obra arquitectónica.

La personalidad artística de Gaudí, no he de ensalzarla aquí ni mucho menos juzgarla, ya que mucho se ha escrito y mucho se escribirá en torno a la misma, ya que las obras en que ella se manifiesta, son cumbres que se elevarán en la historia del arte.

En cambio lo que es justo señalar aquí, es el hombre, ya que ha desaparecido y somos los que tuvimos la suerte inmensa de tratarlo con más o menos intimidad, estamos obligados a dejar consignadas las excelentes cualidades de bondad, inteligencia y honradez profesional que poseía en grado superlativo.

En él se encontraba siempre el compañero y el maestro, es verdad que nunca ejerció ningún cargo docente, pero su conversación siempre aleccionadora, era buscada ávidamente por muchos compañeros que pueden dar fe de cómo se extendía en estas amistosas expansiones, fluyendo sus palabras precisas y justas, haciendo pasar delante de sus oyentes las maravillosas concepciones que forjaba en su poderosa fantasía, sugiriendo insospechadas relaciones entre formas geométricas, o haciendo crítica de los estilos, señalado con admirable precisión sus cualidades y defectos y, en fin, sobre cualquier materia, sus observaciones eran una lección, mejor dicho, un rayo de luz vivísima que la dejaba completamente aclarada la cuestión.

Era profundamente modesto, rehuyendo decididamente todo intento de exhibicionismo, aunque defendía con energías sus arraigadas convicciones, no admitiendo imposiciones de nadie y, en cumplimiento de lo que estimaba su deber, iba hasta las últimas consecuencias.

Ejerció la profesión como si fuera un sacerdocio, no pensando nunca en el provecho que le pudiera aportar, teniendo siempre fija la mirada en el ideal de perfección que llevaba su alma y era el móvil de todas sus acciones.

A causa de ello y a pesar de haber trabajado constantemente hasta poco antes del accidente que le costó la vida, las ganancias que le produjo la profesión fueron muy limitadas y además, su generosidad le impulsó a renunciar a sus legítimos honorarios para salvar la grave crisis económica que atravesó la obra de sus amores y, no solamente renunció a sus honorarios sino que incluso materialmente salió a pedir limosna para impedir la paralización de las obras de la Sagrada Familia a las que dedicaba, desde unos cuantos años atrás, toda su actividad.

La renuncia a toda mundanería era tan acentuada en los últimos tiempos que llegó a tomar el aspecto de un pobre mendicante y, en más de una ocasión, se le había entregado alguna moneda por mano de quien creía realizar una buena obra.

Esta humildad, esta renuncia a la vana gloria mundana, la Providencia ha querido que culminase con su muerte, pero al mismo tiempo, ha dispuesto de tal modo las circunstancias que la rodearon, que contribuyendo en gran medida a provocar la reacción ciudadana que produjo aquella magnífica apoteosis y glorificación que fue su entierro.

Descanse en paz el llorado amigo y maestro y sea su ejemplo el Norte y guía que dirija nuestros pasos.”

D. Sugrañes